Confesiones de un invierno caluroso

Incomunicada y lejos de toda ambición, me doy cuenta de que el camino, es por acá. Me acomodo en los instintos más triviales que ya no lo son, y dejo que el viento me diga para donde ir. Como he dicho más de una vez, “se me caen las teorías” y esas teorías me han llevado tanto tiempo de lectura… Horas, días pasando, y yo que me sigo conociendo. Tiré mis miedos por la borda y aquí estoy. Desnuda, dócil y con una incertidumbre descarada.

Cuando nos gusta una persona, es imposible no inclinar la cabeza hacia un costado y sonreír, como si en esa sonrisa nos jugáramos la final del mundo. Cuando tenía resuelto mi futuro más cercano, un cuerpo atractivo golpea mi ventana, para crear un universo paralelo entre el deber y el querer ser. La seducción comienza un camino tan hermoso como la seducción misma. Sus palabras me fascinan y su mirada es encantadora. Es tan fácil encontrar una presa y tan difícil no convertirse en una. Es tan sincera la culpa que siento por haberla atrapado, que es imposible parar, siento merecerla. De buenas a primeras, llego a mi otra vez. Una y otra vez el fuego jugando conmigo. Otra vez con ganas de ir más allá, otro viaje, otra noche más.

Esa noche quedó corta y la mañana del día siguiente se encargó de tatuarme sus labios. Qué belleza es ese cuerpo, qué femenina mi intensión por conservarlo tal cual me acaricia. Por dios! todo es fuego, me arde la intensión y ella se convierte en deseo. Cada acercamiento es una tormenta de magia que ofrece su mejor truco.

Sus años no revisten titubeos, y baila como nadie. Le teme a la repetición, como todos le tememos. Se resguarda para no pasar frío, o mejor dicho, teme quemarse con el hielo. Gracias a su esencia más austral, se deja contemplar. Lo hace porque lo necesita, porque sabe que de algo hay que morir y que morir implica haberlo vivido.

No hay comentarios: