Por una cabeza

Los días de humedad no son los más indicados para las mujeres que tienen algún repetido, seudo original o extremadamente costoso corte de cabello. Por esta razón se hace prácticamente imposible mantener a la flora silvestre en su lugar. Lavar la totalidad de la cabellera implica la posibilidad de frizz extremo, de un secado que derive en una gripe “day off” o una vergüenza capilar...

Bien, tu vida debe continuar, con lo cual aprovechar la cercanía de la peluquería que todavía esta abierta, es un regalo de la vida. Y hacia allí te diriges...
El aire es muy espeso y te sientes un saco de banalidad fuera de horario que olfatea de cerca la solución. Y como siempre, miras a todas las mujeres a tu alrededor, esperando encontrar algún detalle de moda que puedas incorporar a tu vestuario, que te encanta, pero que sabes podría estar mucho mejor. Pero esta vez no encuentras un detalle en el vestuario de una mujer, sino una mujer con una sensualidad tan bien ubicada en tiempo y espacio que te descoloca el saco en el que estabas, de una forma que solo Hitchcock podría describir. Es tan hermosa, pero tan hermosa. Absolutamente todo su rostro es perfección. Y la miras como las Geishas Oirán lo hacían en la antigüedad. La seduces, le sonríes porque eso es lo que te genera verla, y cuando todo debía terminar, te sonríe a tí.

Sí..., te hizo una sonrisa y esa expresión valió por mas de medio trillón de palabras, y sigues caminando. Llegas a la peluquería, no había nadie, eres la primera y la última en ser atendida. La señora te mira intentando analizar de qué planeta vendrías, mientras te corta las puntas, te peina un poco y listo.

Mientras caminabas la cuadra y media que te quedaba de distancia, hasta llegar a la belleza que te habías cruzado hacía tan solo unos 30 minutos, ruegas a las divinidades en las cuales no crees, por volverla a encontrar. Pasas por un kiosco, eliges la golosina más dulce del mundo y se la compras. Un chupetín, obvio. Sigues caminando, y te la encuentras. Te mira, la miras, su sonrisa, la tuya. Pasas y le dices, “Hola, esto es para ti”. Ella empieza a degustar tu ternura mas caníbal y te responde “¡Ay… gracias!”. Mientras sigues caminando sin dejar de mirarla te dice “¿Te puedo dar un beso…, por el chupetín?” No hace falta que respondas, ni siquiera que susurres. Tu motricidad no te espera y cuando te quieres acordar de todo esto, te dirigías hacia su boca. Besándola tan dulce, tan despacio y te vas. Levantas la mirada, te das vuelta, sigues sonriendo y piensas en lo bella que era. No interesa realmente si alguna vez volverás a verla, sino el haber podido conquistarla.

Al andar tu cuerpo se acomoda con el viento que nunca sopló y con un corte de cabello ordenado tan bien en tiempo y forma, como querías estar. Tienes la seguridad de que haber ido a la peluquería no fue tan terrible, sino que además has recibido un cálido beso de niña rebelde y bonita que te cruzaste en plena Capital Federal, cuando el verano se asoma, la temperatura sube, y no queda calor por desperdiciar.

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