Viento... comentale a la lluvia...

Resulta que entrada la mañana, comienzo a soñar con la naturaleza y todo su folklore. Me canso de exteriorizar mis ganas de fugarme con doña Pacha Mama al invierno más crudo. En menos de un mes, me bajaré de un avión, contemplaré el oxigeno, la cordillera, el lago, la cultura, el arte, el amor y la tranquilidad. Qué mágico es ese pueblo, qué intenso es encontrarme con él, y esta vez, con mi gran amor...

Las horas pasan inadvertidas entre los monitores, la máquina de café y el ascensor, que aunque no fumo, me conduce al exterior. Av. Santa fé y Humboldt, qué distinto se ve a mi querida Av. Libertador, sí, la misma que te lleva hasta el glaciar, sí, esa misma. La misma que pasa por Pura Vida, por Don Diego, y por tantos lugares donde entendí que la cuidad jugaba otro juego...

El miedo de la urbe nos tapa los oidos, la boca y aún asi seguimos adelante. Cerrar los ojos e imaginar ese oxígeno es tan reparador. El mejor momento del día, lejos. Las personas transitan en un tren que no conduce a ningun lado, pero todos estamos arriba. Pagamos un pasaje muy caro y en el trayecto se sigue subiendo gente.

La gripe nos tocó el timbre como el dengue, la inflación, los robos sistemáticos y demás cliches que nos encanta sintonizar. Tenemos cines, festivales, reuniones, fiestas, algunos afectos, cotidianeidad desenfrenada, tecnología, hipermercados, shoppings, consumo, más consumo, medios, revistas de humor, revistas de humo, noticias, recitales. Todo lo cambiaría por una tarde en la bahia...

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